jueves, 9 de abril de 2015

El circo de Lázaro y otros relatos inesperados

Después de muchos meses de silencio de radio y de navegar a oscuras, finalmente esta bitácora se anima a registrar una nueva entrada. Si los vientos son favorables, si Eolo y Neptuno no se confabulan y nos dejan a la deriva, todo indica que en las próximas semanas saldrá a las librerías mi primer libro de relatos: El circo de Lázaro y otros relatos inesperados.



El libro reúne cuatro cuentos: "El amuleto", "Noche de perros", "El circo de Lázaro" y "Estación Holmberg".
¿Y de qué se tratan? ¿Qué tipo de cuentos son? Bueno, todos bordean, experimentan o se internan en los terrenos del género fantástico y el terror.
Cuando los releía para escribir unas pocas palabras como epílogo, me di cuenta también que, de alguna manera, todos tocan el tema de la muerte. Y claro, era necesario preguntarse por qué.
Bueno, ¿por qué no? ¿Acaso hay algún tema más importante en la vida de una persona que ese gran espacio de tiempo, venturoso o angustiante, según cómo se lo quiera ver, que yace por delante de nuestras vidas? Ya sea que lo imaginemos de un modo u otro, puede darle un color distinto a toda nuestra existencia: puede llenarla de esperanza o de angustia; puede quitarle todo sentido también. La muerte es uno de los temas más grandes de la humanidad porque interroga nuestra existencia, nos cuestiona la razón de todos nuestros actos, de todas nuestras creaciones.
Pero la muerte también es la manisfestación más absoluta de lo inesperado, de lo imprevisible, de lo inevitable, de lo irreversible, de lo inexplicable. De todo aquello que escapa a nuestro control. Por eso está presente en todo lo que escribo.

“El amuleto” debe ser un de los cuentos que más tiempo me ha llevado escribir. Creo que los primeros borradores de la idea los hice mientras estaba estudiando el profesorado. Lo escribí y reescribí muchas veces, y, aunque las formas cambiaron, la idea siempre permaneció firme. ¿Qué pasaría si nuestros deseos, los más perversos, cobraran forma? Tal vez no nos gustaría nada ver que lo que deseamos se convierte en realidad.

“Noche de perros” es un relato que me gustó mucho escribir. La idea de que el protagonismo fuera alternándose a instancias de la comunicación telefónica entre dos hermanos me atrajo desde el comienzo. La figura de la muerte, acá, no es la de la vieja vengadora que aguarda al final del camino de la vida: es la del horror informe que acecha en los lugares oscuros, cuando estamos indefensos, a solas con nuestra conciencia. Y con lo que hay en ella...

“El circo de Lázaro” es el cuento más reciente. Surgió a partir de un episodio muy conmovedor que vivieron unos amigos con la enfermedad terminal de uno de sus hijos. La pregunta que invariablemente alguien termina por formular en estos casos es: “¿Qué estarías dispuesto a hacer para que no sufriera, para que se curara?”. Hay quienes hacen promesas, hay quienes dejan de fumar, están los que corren una maratón, los que hacen una peregrinación o un acto de sacrificio. Sea cual fuere la ofrenda, en el fondo, lo que yace es la idea de que alguien, en algún lugar, puede torcer el destino, siempre y cuando se le ofrezca algo a cambio: un sacrificio; alguien o algo que comercia con la ventura y la desventura. Bueno, la idea no es nueva. Debe ser de las más antiguas de la humanidad. Y persiste a pesar de ser irracional. Pero ¿y si realmente hubiera alguna forma? ¿Estarías dispuesto? ¿De verdad?

Hay una muerte que es una hambrienta forajida y que está dispuesta a darle la razón a cualquiera, incluso a gente que quiere administrarla a su gusto y según su criterio personal. Probablemente sea ciega, sorda y muda, pero no por imparcial, sino porque no le interesa saber el motivo, ni conocer a la víctima o al victimario. Solo le importa saciar su hambre. Es la de la guadaña fácil, la que toma las vidas simplemente porque puede, la que se sienta al lado de los locos, de los que creen que son superiores, de aquellos que creen que una idea —siempre la propia, claro— bien vale el sacrificio de unas cuantas vidas. Tal vez la hayamos visto pasar a nuestro lado alguna vez. Tal vez, incluso, muy en el fondo, en ciertas ocasiones, nos imaginemos teniendo una pequeña charla con ella... "Estación Holmberg" es un pueblo donde esta clase de parca tiene residencia permanente.

Solo espero que estos cuentos les gusten. Aunque estoy más inclinado a pensar que quizás les hagan mal. No es que se vayan a enfermar, claro. Pero soy de los que piensan que la literatura no "hace bien". Si es buena, la literatura debe hacer mal. Debe obligar a replantearnos certezas, a imaginarnos otras posibilidades que no teníamos en cuenta, a ver las cosas desde otros puntos de vista, a visitar los lugares que no nos animaríamos ni a pasar cerca, a reírnos de lo que no nos parecería bien hacerlo, a cuestionar nuestras creencias y prejuicios más firmes.
Si con estos relatos acaso llegué a rozar alguna de estas posibilidades, estaré completamente satisfecho de haberlos escrito. Y, en todo caso, de habernos conocido un poco más, queridos lectores.




¡Hasta la próxima!